martes, 1 de mayo de 2007

Alban Berg


Esta es Valdivia y ahora la recuerdo aún más. No he vivido allí jamás, aunque sueño con llegar a hacerlo algún día.
Por qué Valdivia? Es sencillo, los acordes, la delicadeza, emoción contenida.
Son las 9 y media de la mañana, tengo quince años, entra el sol por el ventanal y al asomarme respiro la humedad matinal, el pasto mojado, y el olor lejano del río que susurra nombres olvidados. Luego miro hacia adentro y la luz, tibia como el amarillo, me tranquiliza, todo está bien.

Atrás, voces; y dentro mío sólo la calma. Así eran esos días, como escuchando jilgueritos, con ella, con la otra y la otra y él, él más dulce del mundo, con su pelo gris, los dedos largos, la bata azul y el desayuno servido sobre la mesita de madera; ya no hay olor a mañana, ahora es el pan recién tostado, la mermelada de damasco, el té con leche, la palta en rebanadas, el agua hervida y el queso fresco.

Ya tengo 22 años y estoy lejos, hacía tanto tiempo que no escuchaba lo que me recordaba eso.